Tres formas en las que te estás haciendo de menos (sin darte cuenta)

28 nov 2025

Compartir artículo

Artículo originalmente publicado en nuestro Substack. Suscríbete y recibirás artículos similares en tu buzón de correo.


A veces no hace falta que nadie nos haga sentir pequeños.
A veces somos nosotros mismos los que, sin querer, nos vamos encogiendo.
Con gestos, palabras, actitudes. Tan sutiles que ni las notamos.

Hoy quiero hablarte de tres formas muy comunes en las que te quizás te estás haciendo de menos. Y cómo empezar a salir de ahí.

1. Justificándote todo el tiempo

Poner un límite y sentir que tienes que explicarlo de mil maneras.
Decidir algo por ti, y enseguida decir “es que...” o “lo digo por si acaso”.
¿Te suena?

Cuando te justificas, le das a la otra persona la idea de que tu decisión necesita su aprobación. Como si tu criterio no fuera suficiente.
Y lo es.

Desde el MAT, esto suele pasar cuando el miedo auténtico no está bien colocado: en vez de protegernos, queremos complacer.
Pero no viniste al mundo a convencer a nadie. Viniste a elegir.

Y elegir no requiere permiso.

2. Pidiendo perdón cuando no has hecho nada malo

“Perdón, ¿puedo decir algo?”
“Perdón, ¿te molesto?”
“Perdón, pero creo que…”

Ese “perdón” que metes al principio no es respeto. Es miedo al rechazo.
Es querer suavizar tu existencia para no incomodar a nadie.

Pero tú no incomodas por existir.
No molestas por tener voz.
No debes disculparte por sentir, por expresarte, por ser tú.

Cada vez que pides perdón sin haber hecho daño real, estás diciéndole a tu sistema emocional que tu presencia es “de más”.
Y eso, con el tiempo, duele.

3. Restándote valor en voz alta

Este es el tercero, y el más traicionero.
Quizás lo estás haciendo cuando dices cosas como:

  • “Ay, no es para tanto…”

  • “Lo mío es una tontería…”

  • “Seguro alguien lo haría mejor…”

¿Te das cuenta?
Minimizas tus logros, tus ideas, tu voz.

¿Y qué pasa? Que tu entorno se lo cree.
Y entonces no te reconocen. Y entonces te sientes invisible.
Y el ciclo sigue.

Desde el MAT, esto es una distorsión del orgullo auténtico: no puedes crecer si no te das valor primero.

El primer paso es dejar de quitarte brillo.
Tu palabra importa. Tu proceso también.
Y tu valor no depende del tamaño de tu éxito, sino de que te atrevas a ser tú sin restarte.

a pair of feet standing next to each other

Photo by Cassidy James Blaede on Unsplash

Empieza hoy.

No expliques tanto.
No pidas perdón si no hiciste daño.
No te hagas pequeña para que otro no se sienta incómodo.

Hazte justicia.
Date tu espacio.
Y actúa desde el orgullo auténtico de lo valiosa que eres.

Con cariño,

María.


Artículo originalmente publicado en nuestro Substack. Suscríbete y recibirás artículos en tu buzón de correo.

Inspirado en la obra y el legado de Preciada Azancot (1943–2017), creadora del MAT, ciencia del ser humano.
“Cuando respetamos nuestras emociones auténticas, florece lo mejor de nosotros.”

Artículo originalmente publicado en nuestro Substack. Suscríbete y recibirás artículos similares en tu buzón de correo.


A veces no hace falta que nadie nos haga sentir pequeños.
A veces somos nosotros mismos los que, sin querer, nos vamos encogiendo.
Con gestos, palabras, actitudes. Tan sutiles que ni las notamos.

Hoy quiero hablarte de tres formas muy comunes en las que te quizás te estás haciendo de menos. Y cómo empezar a salir de ahí.

1. Justificándote todo el tiempo

Poner un límite y sentir que tienes que explicarlo de mil maneras.
Decidir algo por ti, y enseguida decir “es que...” o “lo digo por si acaso”.
¿Te suena?

Cuando te justificas, le das a la otra persona la idea de que tu decisión necesita su aprobación. Como si tu criterio no fuera suficiente.
Y lo es.

Desde el MAT, esto suele pasar cuando el miedo auténtico no está bien colocado: en vez de protegernos, queremos complacer.
Pero no viniste al mundo a convencer a nadie. Viniste a elegir.

Y elegir no requiere permiso.

2. Pidiendo perdón cuando no has hecho nada malo

“Perdón, ¿puedo decir algo?”
“Perdón, ¿te molesto?”
“Perdón, pero creo que…”

Ese “perdón” que metes al principio no es respeto. Es miedo al rechazo.
Es querer suavizar tu existencia para no incomodar a nadie.

Pero tú no incomodas por existir.
No molestas por tener voz.
No debes disculparte por sentir, por expresarte, por ser tú.

Cada vez que pides perdón sin haber hecho daño real, estás diciéndole a tu sistema emocional que tu presencia es “de más”.
Y eso, con el tiempo, duele.

3. Restándote valor en voz alta

Este es el tercero, y el más traicionero.
Quizás lo estás haciendo cuando dices cosas como:

  • “Ay, no es para tanto…”

  • “Lo mío es una tontería…”

  • “Seguro alguien lo haría mejor…”

¿Te das cuenta?
Minimizas tus logros, tus ideas, tu voz.

¿Y qué pasa? Que tu entorno se lo cree.
Y entonces no te reconocen. Y entonces te sientes invisible.
Y el ciclo sigue.

Desde el MAT, esto es una distorsión del orgullo auténtico: no puedes crecer si no te das valor primero.

El primer paso es dejar de quitarte brillo.
Tu palabra importa. Tu proceso también.
Y tu valor no depende del tamaño de tu éxito, sino de que te atrevas a ser tú sin restarte.

a pair of feet standing next to each other

Photo by Cassidy James Blaede on Unsplash

Empieza hoy.

No expliques tanto.
No pidas perdón si no hiciste daño.
No te hagas pequeña para que otro no se sienta incómodo.

Hazte justicia.
Date tu espacio.
Y actúa desde el orgullo auténtico de lo valiosa que eres.

Con cariño,

María.


Artículo originalmente publicado en nuestro Substack. Suscríbete y recibirás artículos en tu buzón de correo.

Inspirado en la obra y el legado de Preciada Azancot (1943–2017), creadora del MAT, ciencia del ser humano.
“Cuando respetamos nuestras emociones auténticas, florece lo mejor de nosotros.”

Artículo originalmente publicado en nuestro Substack. Suscríbete y recibirás artículos similares en tu buzón de correo.


A veces no hace falta que nadie nos haga sentir pequeños.
A veces somos nosotros mismos los que, sin querer, nos vamos encogiendo.
Con gestos, palabras, actitudes. Tan sutiles que ni las notamos.

Hoy quiero hablarte de tres formas muy comunes en las que te quizás te estás haciendo de menos. Y cómo empezar a salir de ahí.

1. Justificándote todo el tiempo

Poner un límite y sentir que tienes que explicarlo de mil maneras.
Decidir algo por ti, y enseguida decir “es que...” o “lo digo por si acaso”.
¿Te suena?

Cuando te justificas, le das a la otra persona la idea de que tu decisión necesita su aprobación. Como si tu criterio no fuera suficiente.
Y lo es.

Desde el MAT, esto suele pasar cuando el miedo auténtico no está bien colocado: en vez de protegernos, queremos complacer.
Pero no viniste al mundo a convencer a nadie. Viniste a elegir.

Y elegir no requiere permiso.

2. Pidiendo perdón cuando no has hecho nada malo

“Perdón, ¿puedo decir algo?”
“Perdón, ¿te molesto?”
“Perdón, pero creo que…”

Ese “perdón” que metes al principio no es respeto. Es miedo al rechazo.
Es querer suavizar tu existencia para no incomodar a nadie.

Pero tú no incomodas por existir.
No molestas por tener voz.
No debes disculparte por sentir, por expresarte, por ser tú.

Cada vez que pides perdón sin haber hecho daño real, estás diciéndole a tu sistema emocional que tu presencia es “de más”.
Y eso, con el tiempo, duele.

3. Restándote valor en voz alta

Este es el tercero, y el más traicionero.
Quizás lo estás haciendo cuando dices cosas como:

  • “Ay, no es para tanto…”

  • “Lo mío es una tontería…”

  • “Seguro alguien lo haría mejor…”

¿Te das cuenta?
Minimizas tus logros, tus ideas, tu voz.

¿Y qué pasa? Que tu entorno se lo cree.
Y entonces no te reconocen. Y entonces te sientes invisible.
Y el ciclo sigue.

Desde el MAT, esto es una distorsión del orgullo auténtico: no puedes crecer si no te das valor primero.

El primer paso es dejar de quitarte brillo.
Tu palabra importa. Tu proceso también.
Y tu valor no depende del tamaño de tu éxito, sino de que te atrevas a ser tú sin restarte.

a pair of feet standing next to each other

Photo by Cassidy James Blaede on Unsplash

Empieza hoy.

No expliques tanto.
No pidas perdón si no hiciste daño.
No te hagas pequeña para que otro no se sienta incómodo.

Hazte justicia.
Date tu espacio.
Y actúa desde el orgullo auténtico de lo valiosa que eres.

Con cariño,

María.


Artículo originalmente publicado en nuestro Substack. Suscríbete y recibirás artículos en tu buzón de correo.

Inspirado en la obra y el legado de Preciada Azancot (1943–2017), creadora del MAT, ciencia del ser humano.
“Cuando respetamos nuestras emociones auténticas, florece lo mejor de nosotros.”

Compartir artículo